viernes, 27 de junio de 2014

La gran historia: segunda parte

Clara Araujo, Creative Commons

La princesa se adaptó al pueblo. Vendió las prendas que llevaba puestas para poder comprar que comer y donde vivir. Todo en ella cambio. Estaba toda aruñada, cubierta por las heridas que el Bosque le había infligido. Para ella eso de princesa era cosa del pasado. Los vagos recuerdos que quedaban se fueron desvaneciendo con los días. Sus vecinos la llamaban Sin-nombre, el nombre perfecto para una chica sin origen, sin familia.

Un día se armó gran revuelo en el pueblo, era más grande de lo usual. Sin-nombre se pregunto qué sucedía. El escándalo venía de la plaza del pueblo. Le preguntó a una  señora que se encontró en la entrada de la plaza que era lo que estaba pasando, esta le dijo: “Un joven llegó hace dos días, vino en busca de su hermana, que supuestamente es hija del Rey "tu-sabes-quien". ¡Despreciable! no ha querido cumplir con nuestras reglas y está… sufriendo las consecuencias”. Sin-nombre no sabía si era curiosidad o qué, pero sintió unas fuertes ganas por ver a este joven.

La multitud se agolpaba para ver el espectáculo. Golpes aquí y golpes allí. Un joven que agonizaba del dolor, y mientras se retorcía usaba lo que le quedaba de aliento para gritar: !Amada! !Amada! !Hermana! !Regresa a casa! A medida que la princesa se acercaba más claras se volvían las palabras y mas penetraban en su corazón de piedra que se deshacía, su corazón comenzó a latir otra vez, y comenzó a recordar. Amada es su nombre. Cuando finalmente llegó poso la mirada en su hermano moribundo y vió en sus ojos amor, el amor de su padre. Reconoció en él las mismas heridas que el bosque le había proporcionado a ella. Se tiró al suelo junto a él, sostuvo su mano. La multitud alrededor estaba conmocionada.

Y ahí ella fue testigo de la acción más cruel y cobarde: uno de los hombres que había golpeado al príncipe, se acerco con una espada envenenada y le hirió en el costado. Amada casi pierde el aliento. El veneno de la espada invadía su cuerpo y lo convertía en roca. Era un proceso lento pero seguro.

“Amada, hermana, regresa a casa. Mi caballo te espera en las afueras del pueblo. Nuestro padre te quiere de vuelta” fueron sus últimas palabras antes de quedar vuelto una estatua.  

Sentada en el suelo junto a su valiente hermano, la princesa era un baño de lágrimas. La multitud dejo de ser multitud en segundos, el espectáculo había terminado.

Beso la mano fría de su hermano y salió corriendo para dejar todo atrás. Y allí con todo el porte de un caballo real la esperaba el gran caballo blanco del príncipe. Con sus ojos cerrados, se aferró al caballo como nunca.  Después de largo rato abrió sus ojos y se dio cuenta de que ya estaban al otro extremo del Bosque extraño.

Reconoció la pared de piedra a cierta distancia, ya estaban cerca. Su padre que observaba por un balcón, al verla, salió corriendo a recibirla. Era algo extraño, ver un Rey corriendo y mas con la fuerza y el entusiasmo con que lo hacia el Rey noble. Al alcanzar a la princesa la lleno de besos y abrazos suficientes para miles de niños juntos. Ella estaba sin habla. “Amada, hija mía, aquí estas” no paraba de decir.

Este sería el “felices para siempre” de esta historia, pero algo entristecía a Amada: su hermano frio, inmóvil, todo gris, tirado en el suelo de un horrible pueblo. “Tu hermano no ha muerto, querida hija, solo duerme” -dijo el Rey mientras sonreía con amabilidad- “Te mostrare algo”.

Juntos fueron a la recamara del Rey, a un rinconcito que tenía una jaula llena de pájaros, eran los pájaros más extraños que Amada jamás había visto en toda su vida. Eran como pájaros carpintero, sus plumas eran de un color gris brillante y en los extremos eran verdes. Y aquí esta lo más sorprendente: sus picos eran de metal. Eran unos pájaros elegantes. El Rey noble abrió la jaula y al instante salieron en fila por la ventana. Era tan increíble la escena que la princesa no se pudo contener, dio saltos y aplaudió.

Estos pájaros carpinteros fueron al rescate del príncipe. Picotearon sin compasión la piedra en la que estaba preso. Los pájaros lo envolvieron. Pedazo a pedazo recuperó la movilidad. Estaba listo para regresar a casa.

El Rey nuevamente observaba por el balcón, esta vez acompañado de su hija. Aspiro profundamente. “Se ha levantado” dijo el Rey mientras envolvía a Amada en sus brazos.

Fin

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