Geralt, Creative Commons |
Nací y crecí asistiendo a la iglesia evangélica. Mi ambiente siempre fue ese, me las sé todas, que si pararse, que si levantar las manos, que si ofrendar, me sé Juan 3:16 de memoria, y he participado activamente (en ministerios) desde los quince.
Para
mí el evangelio era: escuchar la música correcta, leer los libros correctos, no
ver programas o películas ''subidos de tono", no decir malas palabras,
usar ropa y accesorios cristianos, no beber ni bailar, en fin, "portarse
bien". Tremenda lista, y si fallabas en algo lo compensabas con una buena
acción o orando hasta que el remordimiento se fuera. Porque era eso lo que
importaba que el Sr. Remordimiento saliera de escena. El miedo también, miedo
al castigo eterno, "arderás en las llamas del infierno vil pecadora"
o si "Cristo viene te vas a quedar" llenaban mi mente, tener una
relación personal con el Señor no era lo que quería, solo buscaba mi salvación.
Sin
embargo, Dios me iluminó en medio de mi oscuridad: en el invierno del 2008
escuche un mensaje que descargue de John Piper que me dejo boquiabierta y seguí
buscando. Ciertamente “…la Fe viene por el oír, y oír, la Palabra de
Dios.” (Romanos 10:17).
Después
de años aparentando ser "cristiana" es que vengo a entenderlo, vivirlo,
asimilarlo. No se como explicar la conversión, es algo sin igual. Un milagro,
honestamente. Es como cruzar una línea invisible a lo desconocido, es como
entrar a un mundo completamente nuevo o mejor dicho el mundo es el mismo, tú
eres el que ha cambiado, ya nada es "lo de siempre". Y las canciones
cristianas empezaron a cobrar sentido, las palabras misericordia, gracia,
perdón, gozo se volvieron mi lema, mi realidad.
Pude
entender mi maldad y cuan importante era el sacrificio de Cristo en la cruz, y el mundo y sus placeres, ya no parecían tan bonitos. Y entendí que
ser cristiano no era completar una lista de cosas, sino que era una vida
entregada a Dios, una vida que reflejara mi fe.
Soli Deo Gloria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario